Hoy en día existen diversas plataformas de autopublicación de libros que te permiten subir tu manuscrito, elegir el formato de impresión, diseñar la portada, el papel, etc., y mandarlo a impresión mientras te sientas en casa a esperar que te llegue una caja llena de ejemplares de tu libro. Así, todo en unos clics. No sorprende que la autopublicación —llamarlo «autoedición» parece a veces un poco presuntuoso— sea un fenómeno de nuestros días que ha llegado para quedarse.
Millones de personas escriben blogs o entradas en diferentes plataformas digitales; variadas opiniones se multiplican a través de Twitter y servicios similares: todo el mundo tiene voz en la red y la información se multiplica. Muchos quieren contar su historia. Por eso, la labor editorial de selección, evaluación, lectura de manuscritos, etc., que garantiza cierta calidad a los libros que compramos (sea en formato digital o en papel), parece no preocupar a muchos lectores, que comprarán sin dudar una novela escrita y autopublicada por su bloguera favorita.
El hecho de que el público sea atraído hoy de diversas formas no debería restar calidad a lo que se publica. Asumir que el criterio de un determinado editor sea la verdad absoluta ha pasado a la historia en este mundo de múltiples opiniones que configura internet, pero que los textos publicados deban estar cuidados y no contener errores (ni gramaticales ni ortotipográficos ni de diseño) parece evidente y objetivo. Sin embargo, estas plataformas dan por hecho que alguien ha corregido el libro, que el autor sabe usar las plantillas automatizadas de MS Word que ponen para descarga gratuita y que no las romperá; que el autor respetará los «saltos de página impar» que han preparado; que no habrá fallos en los encabezamientos o en la numeración de las páginas… Mucho presuponen, parece.
Cuando un lector compra un ebook o un libro autopublicado que ha sido producido por plataformas automáticas, puede verse decepcionado por la cantidad de erratas, faltas de ortografía y errores de diseño que plagan estas publicaciones. Seguro que las labores de distribución serán mucho menos eficientes que las que una editorial podría planificar junto con los programas de márquetin, distribución y comunicación, pero no todo el mundo pasa los filtros de estas editoriales, que, como tales, han de tener buenos criterios para embarcarse en la aventura de producir un libro.
Sin embargo, quien decida autopublicar o autoeditar un libro debería tener en cuenta que, sea la historia la que sea, debe estar escrita de modo que los errores no entorpezcan la lectura. La distribución puede hacerla cada autor mejor o peor y según sus aspiraciones en función de sus habilidades en redes sociales, contactos, frecuencia con la que asista a eventos editoriales, etc., pero las labores técnicas será difícil que pueda desempeñarlas solo con plataformas automáticas.